domingo, 8 de septiembre de 2013

“¿ES POSIBLE FORZAR LA MISERICORDIA DIVINA?”

"¿Cuánto mayor castigo piensan ustedes que merece el que ha pisoteado al Hijo de Dios, que ha profanado la sangre del pacto por la cual había sido santificado, y que ha insultado al Espíritu de la gracia?" (Hebreos 10:29).

¿Crees que es posible ir más allá de la misericordia divina? El caso del impío rey Manasés es esclarecedor en este sentido. Fue un monarca cruel que “derramó tanta sangre inocente que inundó a Jerusalén de un extremo a otro” (2 Rey. 21:16).

Fue también un rey sumamente perverso. No solo “se postró ante todos los astros del cielo y los adoró” (vers. 3), sino que cometió una abominación: “Sacrificó en el fuego a su propio hijo” y practicó la hechicería (vers. 6). La Biblia menciona con énfasis un acto de soberbia, insulto y desafío a Dios.

Después de deshacer las reformas religiosas de su padre y construir altares a dioses paganos en los dos atrios de la casa del Señor, Manasés erigió “la imagen de la diosa Aserá que él había hecho” y la puso ahí. El contexto sugiere que Manasés erigió esta imagen en el lugar santísimo, en el lugar del arca del pacto. Sin embargo, cuando Dios afligió a Manasés y permitió que lo llevaran cautivo y con grilletes a Babilonia, “se humilló grandemente ante el Dios de sus padres” y Dios lo perdonó (2 Crón. 33:10-13). Su conducta posterior muestra que su arrepentimiento fue genuino (vers. 14-16).

Lo que sorprende del caso de Manasés no es la insolencia y profundidad de su rebeldía, sino la dimensión y la generosidad del perdón divino. La sangre de Cristo es suficiente para perdonar cualquier pecado. Dios no puede salvar, sin embargo, a aquellos que rechazan los medios que él utiliza para salvarlos. Elena de White lo dice muy bien: “Debemos ir a Cristo tal como somos. Pero nadie se engañe a sí mismo pensando que Dios, en su gran amor y misericordia, salvará incluso a quienes rechazan su gracia” [El camino a Cristo, pp. 29,30).

El pecado imperdonable es mucho más que un suceso puntual; se trata de una actitud.

Dios puede perdonar nuestros pecados, por muy graves que sean; pero se niega a forzar nuestra voluntad. Él desea que lo busquemos voluntariamente. No puede obligarnos a amarlo. Eso tiene que ser una decisión consciente de cada ser humano. Si lo hacemos, nos recibirá con los brazos abiertos. ¿Qué decisión tomarás?.

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